La taza de té deja un cerco marrón en la superficie de la mesa. Una pasada de servilleta la hace desaparecer. Un ejemplar gastado de Especies de Espacios se apila sobre un montón de papelotes llenos de dibujos. Perec al lado de un libro de Avedon, que reposa sobre la obra completa de Tadao Ando. Temo que la mesa ceda. O que la tinta china que hay en pequeños botes herméticos (o así lo asegura Fabi), caiga sobre alguna maqueta. Mi vista se detiene en la cantidad de lápices, bolígrafos, plumas y rotuladores que se reparten por la mesa. Aquí el minimalismo no existe. Un señor posa sonriente con un jersey de cuello cisne, Carl Sagan. Cosmos, estrellas, ciencia.
Cada libro que encuentro tiene una portada más llamativa que el anterior: van Noten, Mcqueen, Wes Anderson, Zadie Smith. Varias muestras de colores Pantones ordenados por tipo de papel, por lugar de imprenta. Ilustraciones de edificios, algunos conocidos. Perspectivas imposibles de lugares extraños a lápiz, monstruos peludos dibujados en las pruebas que no han salido bien, Carlos es incapaz de quedarse quieto con un lápiz en la mano. Pruebas de caligrafía, pruebas de tipografía… y varias hojas atiborradas de palabras inconexas. Futura vs. Gill Sans para usar en un panel de proyecto. La importancia de la forma de la a. Meraki: parte de ti que pones en todo lo que haces. Maestros de la arquitectura, Siza. Más Siza. El caballo dibujado por Siza el día que lo conocieron, bautizado, como el Sizaballo. Listas de música que parecen un pulso.
Prefiero no interrumpirles. Antes de marcharme, les dejo un par de anotaciones en unas libretas negras, las portuguesas. Quizás un día, mientras busquen algo, encuentren las anotaciones en una letra extraña e investiguen. Y que otro se preocupe por si la mesa cede.